Hay algo mágico en el hecho de dormir en un árbol, nos devuelve a nuestra infancia, al sueño de tener una cabaña. Si vas con niños les harás felices; si no, te harás feliz a ti mismo cumpliendo ese anhelo de ser un Robinson Crusoe que cualquier persona de bien ha sentido alguna vez.
Sumergidas en un océano de ramas en el corazón del bosque, diez cabañas de aspecto rústico y confortable se camuflan a la perfección entre el follaje, cada una con su respectivo nombre de pájaro.
Diferentes entre sí aunque con aspectos en común: 30 metros cuadrados de superficie, diez de ellos a modo de terraza, articulados en torno al tronco de un árbol, que constituye el eje de estos nidos.
Las cabañas arropan al visitante en madera, follaje y trinos, y pueden ser románticas o pueden ser un juego, o todo a la vez.
Una fantasía accesible.